Lejos del ruido citadino en el campo que rodea una casa centenaria de teja antigua y grande, con paredes de tapial de adobe y patio de piedras de río; creció en el sitio apropiado, gracias a la maravilla de la naturaleza un imponente árbol de Magnolia.
Cuando nació esta Magnolia, habitaban la vieja casa: los abuelos de los abuelos de una bonita e inquieta niña pequeña. Con el transcurrir del tiempo la magnolia creció se hizo fuerte, frondosa y dio grandes y perfumadas blancas flores. Pausadamente desde amplio tiempo atrás, había envejecido con el paso de los años como todo en la vida; hasta convertirse en un añoso, arrugado e inclinado y deteriorado tronco, con múltiples ramas retorcidas y secas.
El milagro de la vida en la naturaleza pura, ocurrió cuando tímidamente brotó una “hijuela” al pie de la vieja Magnolia, que ya se inclinaba al suelo por su edad, ofreciendo brillo y verdor inesperado, junto al gran árbol.
La tímida y tierna Magnolia fue creciendo normal y visiblemente entre las raíces del viejo árbol y en una especie de abrazo a su madre, rodeó con sus tiernas ramas verdes el desgastado tronco alrededor de la vieja magnolia y madurando así le proporcionó en un abrazo de apoyo y amoroso soporte para evitar su caída. Siguió creciendo perfumada colorida y feliz; porque pudo ser un respaldo firme a su debilitada mamá. En la ciencia lo llamarían una “simbiosis especial”.
Han pasado muchos años con su carga de tiempo para todos. Hasta hoy se ve en el amplio campo rural; un árbol muy viejo y resquebrajado, arrimado y arrullado por un árbol lozano y fuerte, que le sostiene en un visible abrazo filial y que desde luego sigue brindando a la naturaleza las blancas, perfumadas y grandes flores de Magnolia, con una coloración luminosa de amor de hija.
Cuando la bonita niña, bisnieta de los abuelos de los abuelos, que habitaron esta casa tuvo cuatro años descubrió y amó a la Magnolia; que actualmente a más de embellecer y perfumar el campo, cumple con dos papeles: mantener por más tiempo visible la presencia de su anciana madre en esta tierra y ofrecer sus hojas y ramas; para que en su curiosidad y agilidad la niña se suba a ella en las tardes, hacia los sueños que da el sentirse en las alturas, entre verdes y brillantes hojas, rodeada del aroma especial de sus flores y del visible ejemplo de fortaleza de un árbol con historia de amor filial.
Gitana del Viento
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