Al abrir los ojos en un amanecer, comprobé que la claridad venció a las tinieblas y brillaba una esperanza fresca en la luz de un nuevo día. Sentí que la soledad también desapareció con el bullicio del inicio de una nueva jornada, sí, fue posible escuchar el trinar de saludo a la claridad de las aves, motivando a la dinámica y rechazando la inmovilidad e indiferencia.
Fui testigo del bello colorido de las diferentes flores, con el multicolor de sus pétalos abiertos para dar le bienvenida al sol: descubrí su belleza en las vivas y radiantes, así como en las marchitas mustias y sin color aún presentes. Entendí que las primeras: nos urgían a honrar la vida ahora y aquí; mientras que las pálidas y marchitas, mostraban lo efímero de una oportunidad y conservaban con galanura lo que hicieron en su trayectoria temporal.
Miré al cielo tornándose nublado y oscuro, presagiando frío y tristeza, dificultades y problemas, pero hubo tiempo para que aún en su amenazante apariencia, el soplo constante de los vientos las desvaneciera, ofreciendo la limpidez de un cielo azul, porque cuando se vence los grises tropiezos de la vida, se abre la presencia radiante y promisoria de un inmenso futuro.
Me detuve en la profundidad de la mirada en los ojos de los que me rodean, y encontré que la picardía y brillo del ayer juvenil, con el pasar del tiempo se habían tornado en un sentido y tranquilo mensaje de sabiduría. Sin maestros ni lecciones, estaba escrito en su limpidez y brillo, la clase magistral del existir que tenía los inconfundibles rasgos de la paciencia y el conocimiento.
Un día cualquiera, entendí que todos trazamos siempre una trayectoria de vida, porque somos seres vivos y cósmicos, piezas importantes de la armoniosa y activa organización de la existencia.
Un día cualquiera, sentí el deseo de acercarme sinceramente a todos los humanos, para unirnos al unísono en la lectura del Mensaje Supremo, que está grabado con múltiples matices de consejos y enseñanzas, en todo lo que nos rodea en nuestro mundo.
Gitana del Viento
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