Un día despejado, decidimos apreciar la naturaleza limpia, lejos de casa. En el trayecto vimos el límpido cielo azul como lienzo de una bella pintura, con altas montañas amarillentas por el verano. Eran imponentes y soberbias lejanas hermosas. Se elevaban a alturas visibles como ocurre si hay esfuerzo personal, tratando de alcanzar una aspiración, como las cimas a las nubes con su cumbre. La cúspide de las inmensas estructuras era un homenaje a la superación humana, las inclinadas superficies de su cuerpo que la luz del sol presento como surcos claroscuros, en las mágicas arrugas montañeras del paso del tiempo sobre ellas, la cúspide eso sí contemplando todo desde lo alto.
En el sendero de hermosas cadenas montañosas con siluetas definidas, grandiosas, asomó una enorme montaña diferente: sin cumbre cónica sino hundida e irregular; había oscuras grietas grandes en su superficie. Era una mole inmensa mutilada, desfigurada en relación a sus hermanas del camino. Con curiosidad nos dirigimos a su base, había hombres trabajando con enormes equipos que cavaban, recogían y cargaban arena en camiones estacionados, estaban desmembrando sin piedad a la montaña, forjando así la imagen desfigurada e impresionante de la silenciosa cumbre.
Como brisa de amargura imaginé la queja de la montaña: soy diferente de las mis hermanas y cada día voy desapareciendo. No hay semillas para cultivar cimas terrestres. He iniciando la trayectoria de la muerte sin retorno. Miré como resbalaba la arena, en lágrimas de dolor y desesperanza, rodando por sus mejillas destrozadas. En algunos sitios aparecían restos de hojas solitarias, de lo que fuera la vegetación de sus faldas y que también sintieron el alejamiento de su vida, hacia un final. En silencio las dos recordaban: La MONTAÑA, fui un soberbio adorno de la naturaleza, refugio de vegetación y de animales, admirable decoración del paisaje, construcción perfecta del entorno. Las HOJAS: era la alfombra verde de la montaña, albergaba y nutría vidas minúsculas de hormigas y gusanos; se acercaban blancas mariposas a mis flores. Al unísono las dos gritaron: una obra de arte en color y perfección del paisaje se pierde. Somos hoy un despojo y nos hundiremos, en el interior de la callada tierra o en la construcción de edificios. No hay remedio posible ante la mano del hombre. Sigamos juntas en dolor solidario, el triste recorrido de alejarnos y perdernos las dos, por siempre.
El sufrimiento de la montaña y las hojitas, parecía tener eco en el viento que soplaba enérgicamente, esforzándose por subir nuevamente: a la arena a su montaña y elevar las hojas a reposar en lo que quedaba de sus faldas. Fracasó calladamente.
Nada suprimió el ruido de motores y máquinas, no dejaron de agredir a la montaña y matar la vegetación que había. El sufrimiento de la montaña, se asemeja tanto a las desilusiones y fracasos humanos, que ocurren en cada interior: caen y resbalan como la arena: aspiraciones, esfuerzo y constancia, así desmoronan la posibilidad de un sabio recorrido por la vida.
Gitana del Viento
Que hermoso y real es este artículo