La naturaleza en toda su belleza y sabiduría: alberga, mantiene o hace florecer todo aquello que se identifica con su inalterable orden y secuencia, así también completa el ciclo entre vida y muerte en su organización inequívoca de permanente equilibrio.
“Plumas” un sustantivo que describe la cobertura externa del cuerpo de las aves, hermosa y suave capa natural que se transformó con el tiempo ante nuestros ojos, en un manojo vivo de ternura y cariño en una vívida experiencia real:
Cierto soleado día entre el bullicio de las aves silvestres en un claro rincón de un verde espacio indefinido, donde valientemente crecen las plantas en lucha permanente con sus similares por atrapar un rayo de luz natural, hay flores que languidecen debajo de altos cartuchos que les hacen sombra o cucardas que deshojan sus tallos para levantarse por encima de los limoneros por un poco de sol. Ocurrió un encuentro único y excepcional.
Es tierra fértil en la que espontáneamente nacen hierbas, flores, frutos que atraen por igual: abejas, mosquitos, colibríes o mirlos. Se escuchó el angustioso e insistente piar de una tierna avecilla que había caído del nido al pie de un árbol cercano. Era un pichón con pequeñas plumas negras brotando entre la suave pelusa blanquecina de su plumón. Su amarillo pico enviaba quejidos ante la impotencia de subir a su nido, estaba en la soledad de un lugar distinto al que conocía, alejado de los suyos.
Sorprendidas y curiosas se acercaron las niñas que se encontraban cerca, para descubrir inquietas al tierno pajarillo. Tenía su patita derecha descolocada y rígida no podía pararse, solicitando con su pico abierto: comprensión y comida entre agudos piares e inquietas miradas girando su cabeza en búsqueda incierta.
La idea humana de estar preparados para arreglarlo todo, motivó a tomar al mirlito en un nido de dedos aplicando el aliento sobre su cuerpo. Él sólo pedía comida, compañía y cuidado ansiaba protección. Se intentó alimentarlo inútilmente con arroz cocido, pedacitos de plátano, migas de pan….pero no sabía tragarlos a menos que nuestros dedos alcancen su garganta. Era muy tierno e inexperto en la vida. Carecía de los amorosos y sabios cuidados de su madre mirla estaba huérfano y extraño.
La certeza de poder imitar con éxito: sin saber ni aprender el ritmo natural de la vida silvestre, hizo que la avecilla sea trasladada a la asfaltada y contaminada ciudad, allí se buscó hospedaje seguro y cuidado para su minusvalía. No hubo suerte, era una avecita “salvaje” poco conocida y difícil de cuidar, se quedó en casa. Por compadecido instinto se le ofreció remojando un poco de la comida de perro que poco a poco “Plumas” acepto, mientras corría el tiempo. Su defectuosa pata permanecía rígida y estirada, al parecer estorbaba su afán de pararse, por lo cual arrastraba su incipiente alita a manera de muleta. Pasaron semanas con la lección de voluntad y constancia del “mirlito especial”. Con satisfacción de todos empezó a mantener su equilibrio y moverse con algo de seguridad en una sola patita.
Es más, quería ser alimentado cuando estaba de pie demostrando que deseaba integrarse al mundo con cariñoso gorjeo. Siguió su progreso y trató de estrenar sus alas con tímidos aleteos. Su pata enferma parecía un lastre que se enredaba mucho en lo que le rodeaba. Con la idea de lo justo para facilitar su vida a pesar del problema, se cortó este “estorbo” curando su herida. Con alegría vimos como se movía, entre saltos de una pata y vuelos cortos por toda la casa y también en el campo, al que le llevamos cada ocho días. Parecía cercano el día anhelado de su regreso a su Naturaleza.
Los fines de semana se le llevaba a su espacio silvestre caminaba libremente, en una gran jaula de malla de alambre. En días de trabajo en la fría ciudad; su pequeño cuerpo se tornó más oscuro y casi desaparecieron totalmente sus plumones tenía más plumas. Sus vivaces ojos lo identificaban todo, con alegría y fuerza piaba al escuchar abrirse la puerta de la casa al regreso del trabajo; había vida sonora esperándonos.
Un día normal: rechazó la comida permaneció callado en una esquina sin moverse, la alegría de su gorjeo se fue acallando y cesaron sus seudo caminatas voladoras, estaba triste desubicado solo y ausente de todo. Era una criaturita que a pesar de ser cuidada y recibir cariño necesitaba y extrañaba el nido y su madre. No había semejantes para identificarse ni conocía hermanos que se le parecieran, el verdor anhelado no era cotidiano para ser contemplado.
Tal vez comprendió que éramos distintos. Lo que nunca le preocupó: su minusvalía era ahora razón para dejarse morir. ¡Oh! Cuánto daño hace la soledad y el aislamiento.
En agonía silenciosa y solitaria: “Plumas” extendió sus alitas y se fue aquietando en un abrazo profundo al verde césped del pequeño patio, solo brillaban sus ojos cuando abría esporádicamente sus párpados.
¿Qué hacer con este animalito dulce y silvestre que calladamente moría ante nosotros?....Ponerlo en su hábitat y que los predadores cierren el ciclo inexorable de la naturaleza exponiéndole al dolor que iba a sentir, mientras vuelve a la tierra.
Era parte de nuestra familia que prometía vida, trajo lecciones e ilusiones de una vida distinta a pesar de las limitaciones.
“Plumas” un ser vivo especial menudo tibio y bullicioso, una avecita a quien le tomamos cariño y admiración por su singular enseñanza de vida y esfuerzo que nos dio mientras se creyó ó le creímos hermano humano.
Conscientes del dilema con sentimientos confusos de dolor y dudas: aplicamos la eutanasia, dolió menos frente al temor de imaginar o sentir los dolores inferidos por otros animales mientras cierran el ciclo de vida y muerte. Tengo la certeza que en su piar postrero escuchado entre mis lágrimas, era evidente la gratitud de “Plumas” por el espacio que ocupó entre nosotros, mientras ágilmente emprendía un amplio vuelo inmaterial de definitiva despedida.
Gitana del Viento
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