Cada día, con constancia de maestro; un ave-tutora se empeñaba en relacionar las flores con el dinamismo de la vida al aire libre y presentó a varios seres vivos de su entorno. Explicó que los gusanos están en la humedad de la tierra, debajo de las piedras y se pasean golosos por las hojas de las plantas. También motivó a descifrar el mensaje acrobático de las rápidas libélulas; el sabor del néctar que beben los colibríes y el peso del polen que cargan las abejas para volver a su colmena.
El tiempo sin detenerse y con el incansable trajín de la naturaleza, obsequió flores de colores variados en este espacio: con pétalos abiertos y otros apretados entre sí; todas con delicados perfumes y diferentes siluetas competían en belleza en el jardín florido. La visita de abejas y colibríes era constante en melodiosa agitación, esto daba vitalidad y alegría a las flores. Con los bulliciosos e inquietos visitantes en un espacio de tiempo precioso las flores ofrecían con brillo y coquetería sus más hermosas galas.
Al correr el tiempo el alboroto disminuyó, los lapsos de visita eran menos frecuentes y las flores sin poder subir a las alturas no escuchaban los mensajes del sentir de la brisa, ni el viaje del viento, peor traducir el mensaje secreto que redactan las nubes en el infinito siempre.
Cierta mañana sin fecha hubo mucho silencio; no se escucho el vuelo de los colibríes ni el ronroneo de las abejas. La flores estaban tristes solas y empalidecían, había tristeza y abandono. Por sus descoloridos pétalos resbalaba el rocío y temblaban sus hojas con inquietas preguntas al tiempo, que las devolvía el viento sin ninguna respuesta. Solo graficaban una ruta de polvo y remolinos que se perdían en el cielo.
En realidad las flores desfallecían; esto preocupó a todo el entorno. Entonces en conversación: el sol, el agua y el viento vieron lo injusto del esfuerzo que hizo brotar las flores para que terminen de este modo. El viento decidió abrir un camino con dirección precisa hacia la nube más blanca, donde él conocía descansan los seres buenos y generosos.
Era una nube no muy bien definida, apenas un copo de suave algodón. Sí, allí se encontraba el ave tutora ya inmaterial y que en forma de un ágil pensamiento de estímulo, confianza y optimismo llegaba a quien lo necesite.
Velozmente el viento trazó el camino con las lágrimas del rocío que vertían las flores, el sol le dio colores con sus rayos e hizo del agua un delicado y húmedo vapor. Era una ruta visible para quien sabe amar. Se observa sus siete colores en verano y une fácilmente el amor y el esfuerzo, la realidad y el recuerdo.
Los pupilos de ella: mariposas, gusanos, colibríes y abejas, concluyeron que el puente colorido sería el mágico lazo salvador para las desfallecidas flores, con apoyo de la fiel memoria de tiempos vividos tapizando distancias con recuerdos de lo escuchado y aprendido, en todos los conciertos del ave-tutora.
La soledad y tristeza huyeron de las flores del jardín, ante los destellos del camino trazado. Sabían que iluminaría el sol, apoyaría el viento y en gotitas de lluvia se acercaría el agua vital sobre ellas.
Suave y pausadamente se produjo la transformación: las marchitas flores encontraron en el tallo que les sostenía, tímidos cuerpitos de brotes de nuevas flores. Entonces no se perderían en el tiempo porque la naturaleza con todo su potencial, estaba respaldando en este renacer la prolongación de su vida y la permanencia de la belleza cromática de las flores, como renovación constante de sueños e ilusiones.
Gitana del Viento
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