La tan anhelada Paz que busca, pero descuida el ser humano; está visible y generosamente presente, en la coloración diáfana del azul del cielo, en la artística armonía del trinar de las aves, desde las múltiples ramas protectoras del árbol que las cobija. El árbol es modelo de vida para todos, es bueno y generoso con el ambiente porque lo soporta con tranquilidad y entereza en todas sus variaciones; adaptándose a cada cambio climático y sobreviviendo a pesar de ellas, sin perder su galanura, belleza y fortaleza de vida.
El árbol es bueno con todos los seres vivos ya que da paz con su sombra, da frutos en sus ramas, da belleza con sus hojas y arte en su figura. Es compañero del hombre y refugio de pequeñas y grandes vidas, se esparce como las nubes al compás del viento, demostrando la mágica señal del buen vivir.
Donde nace un árbol, está la efigie de la responsabilidad de la vida apropiada; es el gallardete del ritmo de la existencia, que flamea al ritmo de la esperanza que arrulla en todo momento, como oración perpetua de actividad y gratitud por existir.
El árbol vive con sus raíces fijas en lo más profundo y húmedo del terreno. Es el único ser vivo que siente y conoce las palpitaciones, sentimientos y emociones telúricas de la Madre Tierra. Sube permanentemente hacia las nubes, pues es el único viajero que asciende siempre hacia las alturas, mira el mundo más allá del horizonte y detecta calladamente el recorrido de los vientos.
Es compañero fuerte y duradero de los seres vivos y del ser humano, a quien enseña ejemplar y silenciosamente, el tesoro de la constancia, la resistencia a los avatares, la sabiduría del existir. Es guía certero e infalible hacia el infinito de sueños y aspiraciones, que se archivan en el corazón y mente humanas.
El árbol no descansa, porque erguido cuida y vigila desde su interior, el transcurrir del tiempo y va adaptando su figura e imponencia al transcurso irreversible, de las horas. Es hermano cordial y oportuno de los viajeros o trotamundos, pues sus ramas son siempre caricias de afecto y hermandad. Con las lisonjas del viento, el árbol entona siempre canciones entre las voces cósmicas de ramas, hojas, flores y frutos; siempre afincado al tímido calor de las savias que hacen continuar su vida. Es desde siempre morada del sol, de la alegría y desde luego de la esperanza.
Callada y sencillamente el árbol es siempre amigo de la tristeza, la soledad y el silencio; hermano de gozos y tristezas o abatimientos personales, constantemente abierto para recibir el pausado iluminar del sol matutino y la variable oscuridad del anochecer.
El árbol es ancho y abierto hacia las luces de los cielos, está siempre vertical, altivo como el brío cuando hay voluntad de triunfo; nada doblega a la resistencia arbórea: ni el frío invernal, ni el calor calcinante del verano. Es resistente e imponente como las bellas cumbres altas y lejanas. El árbol es y será siempre: Un ejemplo de Vida Útil.
Gitana del Viento
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