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AMOR FILIAL EN ACCIÓN


En mi trabajo diario, voy por las gradas al tercer piso en mi escalada a una aspiración. De esa altura, se ve en la parte de atrás de las aulas a cierta distancia, un gran declive grande de tierra, hasta el suelo con una saliente a la altura de las ventanas. Hay una especie de grada en la tierra del espacio entre las construcciones, con tintes verdes de hierba que le hacen menos agreste. Un día apareció un montículo pequeño de tierra, asentado en la grada visible. Jóvenes estudiantes descubrieron una mañana algo nuevo: habían “animalitos raros, dijeron” dos aves oscuras, desconocidas y no tan pequeñas.

La menuda masa de tierra, era similar a una choza de paja; tal vez refugio o nido. La constancia siempre premia: después de un tiempo identifiqué a dos búhos adultos medianos, más o menos pequeños junto al nido, que permanecieron indiferentes; con su aspecto entre bello y atemorizante, como todo lo desconocido cuando se va a aprender. Volaban los dos lejanamente, buscando quizá la perfección del infinito. A veces, uno dejaba al otro junto al refugio, pero volvía y estaban muy cercanos. También salían los dos a sus recorridos de vida, volando en la misma dirección. Era una pareja unida. Pedí a los jóvenes no difundir esta novedad, por la no justificada creencia de que son “mal augurio” para las personas, además también se les asocia con la sabiduría. El tiempo que nunca se cansa, siguió deslizándose y con él la vida de los búhos. Era enternecedor: cuando hacía frío, se apretaban los dos cerca de su nido, casi siempre con los ojos cerrados. Así nos unimos entre humanos ante los desafíos. Sus plumas eran jaspeadas con negro, plomo y amarillo, eran dos aves que se amaban.

Un día: vi a dos pichoncitos de búho ya emplumados en el filo de la tierra, esperando su comida sin hacer ruido: padre y madre, hacían vuelos en diferentes rutas, como es el recorrido hacia el futuro. Los padres búhos, cumplían con esfuerzo y cariño su papel de progenitores. Era ya una familia unida e interrelacionada, búhos en una especie de festejo. Los pichones crecieron y empezaron a quedarse solos, los adultos no estaban ya con ellos, salían en vuelos espaciados y lejanos; cumpliendo las leyes de la vida, se alejaron y desaparecieron.

Quedaron solamente dos búhos medianos apoyándose entre sí, pero solos. Creí que morirían por abandono, sin embargo el lazo de hermandad entre ellos era firme y amanecían siempre las dos crías, maduraron al ritmo de su vida, con la libertad y autonomía adquiridas por la edad; que les obsequió el tiempo. Ingresaron en la adultez y libertad: eventualmente, estaba solo uno de ellos y también juntos como hermanos apoyándose, con los ojos cerrados porque la luz del día no es la mejor visión para ellos. Con el paso del tiempo, quedó solo uno de ellos. ¿Qué pasó con su hermano? No lo sé, pero en la casita de lodo había un búho solitario, que también emprendió su propio vuelo de sueños e independencia. Como mis jóvenes cuando ya son Bachilleres.


Gitana del viento

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